domingo, 19 de febrero de 2012

Cara norte de la Sierra de las Nieves

Troncos de encinas dando al norte en la Sierra de las Nieves. Óleo y acrílico sobre lienzo. 65x50. 2012





Pinsapos en la niebla. Sierra de las Nieves escondida detrás de la niebla en un invierno seco. Colores verdes y amarillos brillantes, en la parte que da al norte, del tronco de las encinas.


Detalle
Otro detalle













El pasado dos de enero, día de la Toma de Granada, tras muchas ocasiones perdidas en dudas y perezas  me arranqué y subí a la Sierra de las Nieves. Abajo en la playa hacía un día estupendo, sin viento, con mucho sol. Al igual que en el romance la mar estaba en calma y seguramente la luna estuvo crecida la noche anterior. Subí a la Sierra de las Nieves buscando ver, tocar y fotografiar pinsapos en libertad. Árboles, abetos, de extraño aspecto que se refugian en los rincones más profundos de las sierras de esta parte del mar de Alborán. Árboles de rareza legendaria, que se prodigan poco, y que poseen la aureola y el prestigio de  los mitos escondidos apenas entrevistos.

Vista norte-sur del encinar



Iba en busca de pinsapos en libertad. Aunque abajo el día amaneció espléndido,  arriba la niebla mezclada con gotas de humedad y un poco de frío gris, tapaba los relieves, las crestas, las más altas sierras. El paisaje disimulado y escondido, unido a la compaña que me acompañaba (poco montañera y no me refiero, a los perros, que sí lo son) a lo que se añadió por mi parte una evaluación apresurada y errónea del estado de la pista (sin asfaltar pero razonablemente buena) convirtió lo que se pensó como excursión en un simple paseo. Y fue motivo también de que el itinerario que debía internarse adentro se quedara en la cubierta más superficial del lugar.

Detalle (desenfocado) del norte
Detalle del norte













Este invierno ha llovido poco y ha nevado menos, han sido escasas las nubes. Ya es mala suerte que en año tan escaso me encontrara un día así, nublado, con niebla. Si hubiera estado claro aún desde las afueras hubiera alcanzado a ver los picos más altos, los hubiera fotografiado y  hubiera podido ver aunque fuera  desde lejos, algún pinsapo,  razón última que me movía.



El paseo corto y epidérmico se adentraba en un bosque de encinas bastante bien conservado, denso y al que  la poca luz gris de la niebla le daba su punto misterioso cubriendo de oscuridad las espesuras  más protegidas. Por la parte de los troncos y de las ramas que daba al norte, por esa misma parte en los matorrales y en las  piedras, las humedades de los inviernos criaban musgos y líquenes: abrigos de texturas suaves o duras pero de colores brillantes, esmeraldas, amarillos, grises chillones,  pardos encendidos.

Pinsapos en la niebla I



Pocos pinsapos en este rincón, apenas alguno recién nacido por inseminación artificial, protegido de los bichos por un corralillo de palos y alambre. Alguno que otro un poco más crecido pero todavía juvenil y con espinillas, la voz del aire entre sus ramas soltando gallos. Pocos pinsapos por allí, pero las encinas se amontonaban y a cada paso aparecía otra con el tronco recubierto mas espectacularmente que cualquiera de las que había tres pasos atrás. Las humildes encinas, olvidadas y eclipsadas por la fama de los abetos, gritaban y gesticulaban con sus colores llamando la atención del caminante, como los perros desesperados en la perreras cuando intuyen que alguien se acerca a las jaulas para adoptar. Y yo sin hacerles caso porque en este momento  todavía andaba buscando a los otros.



Casi acabando el paseo, culminando su trayecto circular, cuando ya no lo esperaba, por fin entre las niebla ví algunos pinsapos de los de verdad.  Estaban lejos. Como son muy recelosos, a la menor señal de peligro escapan y se esconden en los pedregales más cerrados, en los pechos más escarpados. Escapan al menor ruido, al más pequeño olor y sólo vuelven a confiar y salir a los claros del monte cuando se recupera el silencio y la calma. Acallando las pulsaciones y latidos acelerados, gastando todo el sigilo del que fui capaz, conseguí verlos a lo lejos, entre la niebla. Me pegué al suelo y casi sin moverme, dando la cara al viento para que no descubrieran mi rastro, los fotografié. Apenas se distinguen los detalles pero las siluetas no defraudaban nada, siluetas elegantes y esbeltas, sobresaliendo a todo árbol, a toda planta, gigantes verticales camuflados en la niebla. 

Pinsapos en la niebla II
Pinsapos en la niebla III








Me arrepiento de no haber avanzado un poco más, de no haber subido unos cuantos kilómetros más. Que pena no me hubiera acercado lo suficiente para distinguir sus piñas, las agujas rollizas de sus hojas. Tendrá que ser otro día.



Los pinsapos de linaje noble y antiguo acaparan toda la atención del caminante. Y sin embargo en esta parte de la Sierra son las encinas, pobres y discretas, carne de chimenea, de horno de asadero, las que juntándose por miles y millones las unas a las otras hacen legión y todas las legiones juntas hacen bosque. Habitan muy por debajo de los vértices afilados de los pinsapos y allí  abajo los troncos de las encinas se visten de carnaval. Por la cara que da al norte adornan sus disfraces con penachos de plumas, con  telas de texturas suntuosas y colores extravagantes, brillantes, preciosos.

Norte en las ramas I
Norte en las ramas II








No ha llovido mucho este invierno, nubes hemos tenido las precisas, pero precisamente ese día la niebla tuvo que esconder los picos y las rocas de la Sierra. Esa cancela de niebla que cerraba el horizonte y que impedía mirar arriba es la que consiguió que me fijara en la inmensa manifestación de encinas a mi alrededor.



Como no pude ver el perfil de la Sierra de las Nieves he pintado su cara norte buscándola en el tronco vivo de las ignoradas encinas.

La poca nieve de este año




Detalle chico
Detalle grande