Atasco en el Camino de Ronda. Acrílico y óleo. 50 x 65 cm. 2015 |
Conforme se van haciendo años aumenta el
pasado y con él la cantidad de artefactos, ideas y momentos acumulados. De cuando en cuando me da por ordenar o recuperar el trastero de
los años vividos. Cada vez que lo hago hay más donde revolver. En cada cajón
que se abre, en cada caja, carpeta o papel aparecen cosas, recuerdos y cada vez es más divertido trastear porque hay
más cosas donde revolver. Así pueden pasar horas.
Hace poco le tocó el turno a mis
archivadores de negativos fotográficos. Cientos y miles de imágenes guardadas y
ordenadas con el cuidado del que a veces soy capaz. La cosa digital ha convertido en muy pocos
años a los carretes de película fotográfica, como a los discos de música o las
cabinas de teléfono, en objetos de arqueología técnica. Totalmente en desuso, los tenía escondidos en lo hondo del cuarto de los trastos,
del trastero de la memoria.
Repasando distraídamente las imágenes de
los negativos encontré unas fotos nocturnas del Camino de Ronda. Están hechas
una tarde-noche de enero de 1988 con mi cámara Pentax recién comprada así un
poco en plan experimental, sin saber mucho lo que hacía. Salieron lógicamente
movidas y desenfocadas, sin apenas detalles reconocibles más que los faros y
los pilotos traseros de los coches. Cuando las llevé a revelar y las vi, las deseché de inmediato. Por eso las tenía
olvidadas.
Ha sido ahora, al volverlas a ver tantos
años después que me he dado cuenta de que tienen su aquél. Hay luces blancas y
rojas, verdes de los semáforos, reflejadas todas en el asfalto de la calle. Se
intuyen los luminosos y los escaparates. Una perspectiva achatada por el uso de
distancias focales largas crea una escena en diagonal y le da compás a la
sucesión de faros y farolas. Y además de parecerme, ahora, una composición
interesante, me trajeron el aroma de aquella calle junto a la que viví buena parte
de aquellos años ochenta y en cuyo entorno anduvo buena parte de mi andar de
entonces.
Por aquellos años no existía más que esta
avenida para cruzar Granada. Para ir o
venir a o desde cualquier sitio había que pasar por ella. Era a la vez
travesía y barrio, servía lo mismo para el tráfico de doméstica proximidad que para
el transporte pesado de paso. Por eso, a la fealdad de los edificios que
desparramó la especulación de los chicos del Régimen, sumaba un tráfico denso,
permanente, lento, maloliente y ruidoso: coches, taxis, autobuses, camiones,
motos, más coches, furgonetas, más coches y camiones… Se le hubiera podido
llamar el atasco que nunca duerme.
Pero no dejaba de ser el lugar donde
pasaba buena parte de mis días y lo recuerdo con cierto cariño. Y además es que
tenía su aquel. Conseguía cierto aire urbano, de vida industrial y acelerada
que en otras partes de la ciudad por sus encantos universales o por su carácter
de pueblo grande en muchos de sus barrios, faltaba. Recién llegado yo de
mayores lugares era lo más parecido que encontré a mis escenarios perdidos. Y
siendo entorno urbano no dejaba de ser barrio en el que recaló parte de la
avalancha rural de esos tiempos que se mezclaba con toques del carácter local y
que daban como resultado paradojas tales que llamarle Redonda, por su original
función de circunvalación o ronda, a la calle más larga y recta, casi la única
larga y recta, de Granada.
Por todo eso cuando encontré los negativos
me gustaron y disfruté recordando los buenos momentos, que no los malos, de
aquellos años.