jueves, 9 de abril de 2015

Nacimiento de la Luna desde la terraza del c.c. Plaza

El Nacimiento de la luna desde la terraza del c.c. Plaza. Photoshop, 65 x 50 cm 2015



Empecé a garabatear y pintar, o así, por los mismos años en que estudiaba, o así, la carrera. Aunque yo iba para la cosa del medievalismo me atrajeron muchísimo las clases de historia del arte. El primer curso abarcaba el arte clásico y medieval.  Me identifiqué inmediatamente con el románico, sus pinturas en los ábsides con “pantocrátores” de ojos grandes y abiertos, de colores planos encerrados en líneas de contorno. Además de sus formas me atraía su porqué, su función pedagógica, su carácter de arte narrativo que cuenta historias y transmite mensajes. Aquellas diapositivas que veíamos en la penumbra de la clase me dejaron huella para siempre. Fueron, quizá, el origen de mi gusto por los títulos largos y explicativos, por mezclar pintura y escritura, escribiendo en el propio soporte siempre que lo permitiera (y para cuando no lo permitiese me inventé este blog). De todo esto ya he hablado en entradas anteriores  (enlace) ).

Con posterioridad  me hicieron llegar una foto de algo que pinté en el año 84. Fue un regalo que tuvo un resultado torcido que ahora no viene al caso. Pero ahora veo que ya contenía aquellas dos cosas que me dió el románico: las caras, las formas hechas de rayas y colores y el cuento que le da sentido.

Casi a la vez, ya no recuerdo si en primero o en segundo curso, en el mismo proyector de diapositivas, me topé con Botticelli. No guardo un recuerdo preciso de que fue lo que me gustó de él. Quizás sería reacción ante un cierto empacho de tremendismo dramático románico, en el que hasta los niños jesuses en el regazo de las madres-vírgenes teotocos,  dejaban claro haber venido a presidir un mundo de sangre y fuego, de pecado y castigo. Ahora los niños jesuses sonreían, las vírgenes parecían madres, y en lugar de monstruos y pecadores atormentados había ángeles y también dioses con toda su corte de subordinados mitológicos. Eran alfa y omega, Taull y el Quattrocento.

El efecto fue el mismo que se dio con los frescos románicos. Me di inmediatamente a la tarea de copiar, imitar, de dejarme arrastrar por el mundo del amigo Sandro. Pero ahora había un problema no menor: yo no se dibujar. Por eso nunca enseño aquellos malos experimentos en los que jugaba a florentino. Sólo cuando volaba por encima de las formas y me despreocupaba del lápiz resultaba algo mínimamente aceptable. Fue el caso de “Las tres gracias en la cuesta de los Gallardos”, en donde me dejé de nuevo guiar por mi mismo de manera que, partiendo de Botticelli, acabé en mis viajes de fin de semana entre Quesada y Granada. Además de a estas gracias feas, rodeadas de faunillos sinvergüenzas, también le encuentro cierto interés en una cosilla que hice casi sin querer, para aprovechar un pequeño marco de plástico y vestir con algo mi habitación del cortijo de Lacra. Todos los demás intentos mejor olvidarlos.

El Nacimiento de Venus de Botticelli era lo que más miraba, remiraba e intentaba recrear. Aunque por suerte comprendí pronto que aquel no era mi camino y lo dejé.  

En los paseos con mis perrillos me gusta asomarme a la terraza del centro comercial Plaza, que es un mirador muy agradable dando al mar. Según la hora y la época del año la vista es nocturna o diurna, con los colores de un tiempo o con los de otro. Allí he visto algunas mañanas de invierno salir el Sol y luego a la tarde por el mismo sitio nacer la Luna. Venus suele merodear también aquellos cielos, pero como va vestida de estrella y no de diosa, no se la que es. A la Luna sí se la ve bien. Por eso he pintado el nacimiento de la Luna y no el de Venus.

Una luna enorme, rojiza, apenas recién salida del horizonte, sobre el mar. También sale si no de, junto a una Concha, como la original,  pero este es el único parecido. Bueno y que mi Luna, como su Venus, nace de la espuma del mar.  En mi Nacimiento he puesto un barco, un avión que vuela bajo porque va a Gibraltar y que por aquí ya está maniobrando. También los coches que vienen y que van feroces por la autovía o que se mueven más humanos y tranquilos entre los árboles de las calles. Al fondo, las luces de Marbella y la línea de la costa, debajo de las estrellas y encima de los reflejos que las olas rompen y recomponen incesantemente. Aquí delante hay sombras que alternan con la claridad de las farolas y hay tejados, paredes y rincones apenas intuidos. Parece una naturaleza humana deshabitada.  Pero por las ventanas iluminadas sabemos que  sí hay vida, que hay personas.   


N.B. Las estrellas son las flores que en el nacimiento de Botticelli la pareja de ángeles lanza a la diosa, pero también son mis pensamientos y sueños. Por eso son de colores.

El original de Botticelli
Mi versión  de Venus con un marco de plástico

Una composición de raro origen románico

Mosaico de fotografías para mi composición



Y estas ya son fotos con móvil, malas y poco claras, desde la terraza del c.c. Plaza con la Luna (se ve pequeña) naciendo.





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