martes, 1 de noviembre de 2016

Retrato al natural del Mulhacén y su zona de influencia



    Cuando era joven y empezaba a trabajar ¡tanto hace ya! me parecía raro e inexplicable que, para cuando entraba a mi hora en punto, los viejos llevasen un buen rato en sus mesas, y se hubiesen leído en el periódico de papel algunas noticias y la totalidad de las esquelas, que eran lo más principal. Con el tiempo y ya siendo yo el mayor, lo he recordado cada mañana, tomando café con otros mayores media hora antes de la hora, para ilustrar el paso de los años y rellenar, con poco gasto mental, las conversaciones banales del amanecer.

    También me asombraba por entonces de que hubiera gente ocupándose de su tumba y descanso eterno, contratando seguros de entierro que pagaban mes a mes durante todos sus años restantes. Me producía repelús esta costumbre y me parecía propia de siglos negros, antiguos y supuestamente ya difuntos. Nunca hubiera imaginado, entonces, que hoy soy yo quien tiene dicho donde quiero que me tiren, hecho ceniza, cuando suceda y que lo tengo tan arreglado que he pintado una pintura como si fuera un testamento gráfico: "Retrato al natural del Mulhacén y su zona de influencia". Desde el principio de los siglos, a una y otra orilla del Nilo, la gente joven ha pensado que el paso del tiempo es cosa que no va con ellos, hasta que la inundación eterna, que regresa año tras año, nos saca del error.

    Y a esa pintura que he mencionado voy. Es un óleo, con base de acrílico, de 65 x 50 cm. y cuenta que el Mulhacén  se ve desde todos los lugares por los que me muevo, todos los escenarios en los que actúo. Se ve desde Quesada, desde Granada, desde Marbella... Y cuando digo que se ve no me refiero a que se vea desde ese sitio exacto, me refiero al país, a la comarca, a la zona, al ámbito. Así, por ejemplo, no se ve desde la mayoría de las calles de Granada, no se ve desde mi casa ni tan siquiera desde los bares de la mismísima calle Mulhacén. Pero aunque no se vea se sabe que está ahí, arriba, justo antes del cielo. Basta asomarse a cualquier mirador bien situado para verlo.

    Lo mismo podríamos decir de mi casa en Nueva Andalucía. El Mulhacén no se puede ver porque lo impide Sierra Blanca, aunque basta subir a cualquiera de sus alturas para descubrirlo. Y exactamente lo mismo para Quesada. No se ve desde la plaza y jardín, porque lo impiden los cerros, pero sí y claramente, desde Lacra o desde cualquier altura de las sierras alrededor. Es como el Gobierno, que no se ve pero que siempre está.

    Con todo esto quiero decir que el Mulhacén domina el cielo, el horizonte de mis tres escenarios vitales. Desde los tres se ve el Mulhacén y desde el Mulhacén se ven los tres.

    Se comprende así que el Mulhacén sea el sitio que he elegido para revolotear. Cualquier otro lugar sería parcial, anatómicamente incompleto. Pero en el Mulhacén podré estar en mis tres casas a la vez. Desde allí podré ver la chimenea y alberca de Lacra, las calles de Granada y mis bares favoritos, el camino viejo de Istán, adonde voy con Lobo y Luci para que ellos corran y salten mientras yo vigilo los barcos que vienen y van por el camino del Estrecho. Todo lo podré disfrutar a la vez, sin necesidad de renunciar a nada.

    Se que todas estas prevenciones son una tontería. Que, pase lo que pase, el único que nunca se enterará de nada seré yo, de manera que esté donde esté me dará un poco igual. Por otra parte soy consciente de que no es fácil llegar hasta allí. Las pendientes, la distancia y la nieve en su momento son impedimentos a tener muy en cuenta. Y por eso he preparado un plan B. Como alternativa sirve el Veleta donde es mucho más fácil llegar. No es emblemático, literariamente pertenece a otra división, pero las vistas son prácticamente las mismas. Además y como los vientos dominantes suelen ser de poniente, si me dejan allí ya me iré yo volando al Mulhacén, que está a su levante.



Retrato al natural del Mulhacén y su zona de influencia

Luna, sol, Estrecho, mar, palmera, playa.

Torre y castillo, semáforos, señales, ventanas y balcones.

Olivares, chopo, alberca, nocturno, faros, horizonte y perfil de Baeza.

Progresión de la luna y del sol sobre el cielo del Mulhacén

Barcos que van y vienen del Estrecho. Perpendicularmente pájaros en su migración cruzando el mar de Alborán, que van y que vienen.. Aviones en el cielo, yendo y viniendo.

Palmeras, casas, bloques de apartamentos, araucarias.
Las teselas del agua se mueven brillando en la luz del atardecer.

Campanario almohade, balcones y miradores, cipreses, ventanales, tejados. A voces pelean los coches, avanzando y retrocediendo, entre semáforos y señales.

En el filo del horizonte,  bajo la luna la torre de la catedral de Baeza, por la carretera de entonces se acercan y alejan, suben y bajan por la cuesta, los faros de coches, lanrover y camiones cargados de paja. 

Y en la parte del centro (arriba de todo) el Mulhacén.
Pedregales de nieve. Granitos de hielo. Nadie lo mira. Casi nunca se ve. Pero siempre está.




El Mulhacén desde el puerto de los Blancares en Tocón de Quéntar
El Mulhacén desde la alberca de Lacra
El Mulhacén desde el pico de Juanar

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