Muy
Nombrada Ciudad de Granada. Óleo y acrílico sobre lienzo. 65 x
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La estampa de hoy es una vista de la muy noble,
leal, nombrada, grande, celebérrima y heroica ciudad de Granada. Una vista
ideal, imaginaria pero muy real, desde la terraza de mi casa cuando vivía en el
centro del triángulo formado por el campo de futbol, la cárcel y la plaza de
toros. Imaginaria porque mi terraza daba a izquierdas y esta es a derechas. Real porque es muy
parecida a lo que se vería desde esa terraza a derechas.
Está pintada bastantes años después de abandonar
aquel barrio. Hace unos meses, revolviendo papeles, me encontré con un dibujo
que hice en aquellos años. Era el apunte de la vista de la que hablo. Una
imagen muy evidente y convencional: La Alhambra (en la terraza real no se vería
porque estaría tapada por la muralla exterior y san Nicolás) bajo una sierra
que brilla a contraluz como flotando en el cielo. Pero además, los edificios
altos, los bloques de pisos feos de los sesentas y setentas, los tejados y
azoteas del barrio... semáforos, antenas, alguna farola, algunos cipreses. Una
estampa real, imaginaria pero existente y viva.
Pocas veces he pintado algo de Granada. Me ha siempre que como las fotografías de la Alhambra, si salen bien parecen postales ajenas y profesionales y que sólo si salen mal parecen de uno. Es por eso que he pintado pocas escenas incomparables, pocas torres, pocos muros blancos, rojos y
ocres, poco paisaje patrimonial. He preferido hacerlo con los vasos de vermú, con las cañas de cerveza y los reflejos de las farolas en los charcos en noches oscuras de lluvia con luces
doradas y artificiales.
Llegué a
Granada hace ya muchos años cuando tenía apenas veintipocos. No fue una
llegada fácil, más bien abrupta y traumática. Salí de Madrid por la parte
moderna y progre y entré en Granada por la parte digamos, administrativa. La
cosa estudiantil y el desenfreno de gentes diversas, que tan nombrada hacen a
la ciudad, para mí no existieron. Sí lo hizo por el contrario el punteo y cuadre de
documentos.
Esa parte administrativa de la que hablaba,
tenía su parte siniestra de gente gris de aspecto y de alma represiva. También
su parte popular de zoco y mercado, de bullicio y trapicheo, de puestos de
fruta y verdura a la venta en los callejones, olor de hierbas más o menos
curativas, más o menos medicinales. Clientes y gentes de vidas exageradas cada
uno en su cosa: pobres demasiado pobres, pescaderos con escamas en las manos y
en los billetes, locos muy locos, viejos totalmente solos. A menudo las letras
no se sabían leer y sólo se utilizaban para pagar. Un mundo de sabor fuerte y especiado,
algo oriental. Digan lo que ahora digan los recuerdos, a mí no me gustaba
aquello. Demasiado sabor, especias a espuertas, sabor demasiado empalagoso,
fuerte y duro, todo a la vez.
Entré, como digo, con el pié cambiado y así
sigo ahora que ya casi me voy. Porque aunque a los bares y trasnoches terminé
incorporándome, lo hice por la citada vía administrativa. Algún intento de
pasarme al otro bando hubo pero ejecutado sin determinación. Alguno hubo
resuelto en amores que caros hubieran salido a todos si no hubieran,
abruptamente, acabado. Pero lo voy a
dejar porque no quiero que esto sea, o que parezca, una enmienda a la totalidad,
rencorosa, con el pasado.
Ni me gustan ni aprecio las postales perfectas.
Esas pinturas realistas de paisajes que no existen. Limpios de mancha y defecto,
con luces pretendidamente, bonitos edificios y calles sin mezcla alguna de
cables, señales de tráfico, bloques de pisos amontonados, sin ruidos
desagradables ni olores a humo. Son estampas inexistentes, frías y
plastificadas. Son como la pornografía profesional, sin morbo porque sólo lo
tiene lo posible que a su vez siempre es defectuoso (por eso es que existen con
gran éxito las fotos amateur.
Desde que sale el sol hasta mediodía, por la cara
de levante, los contraluces borran los medios planos. Sólo se distinguen las
formas y colores que están inmediatas o muy cerca de los ojos. Detrás de ellas
grandes espacios etéreos y plateados difuminados por el resplandor del sol.
Flotando encima, la Sierra. Pero existen los pelos y el que repara en ellos no
come tocino. Existen las antenas y los cables, los semáforos y las farolas, las
baldosas baratas y mal colocadas en las terrazas de edificios altos y feos, el
martilleo de las voces y los ruidos de las gentes en sus coches que van y que vienen.
Hay barrillo cuando llueve y en las aceras chicles pegados y algún gargajo.
Como sucede en todas las autobiografías, el
lema de Granada es exagerado y bastante mentiroso. Intenta dar la mejor imagen de sí misma aunque no sea la imagen completa o cierta. Cuando me casé, tuve ocasión de comprobar que en las escaleras del convento desamortizado hoy ayuntamiento está
escrito el tal lema. Dice "muy noble, leal, nombrada, grande, celebérrima
y heroica ciudad de Granada". Es el equivalente antiguo de esas fotos de
facebook en las que todos intentamos parecer quien nos gustaría ser. Aquí ocurre lo
mismo. Porque lo de grande es relativo y depende de con quien se
compare. Leal, es lo que decimos todos, leales y sinceros. Noble, de aristócratica es cosa que de nada
sirve ya hoy día. Celebérrima, algo exagerado, lo cambiaría por célebre, mas sobrio y ajustado. Nombrada,
vale, bien. Pero desde luego lo que es pasarse unos cuantos pueblos es
apellidarse heroica. Lo podría negar y decir Farax Aben Farax recordando cuando entró al
Albaicín en 1568 y le cerraron puertas y ventanas diciéndole aquello de
"sois pocos y venís presto". O con mayor autoridad el general Horace
Sebastiani, comandado por la Armee Imperial du Midi para ocupar Granada. La
única resistencia que encontró fue la de los ricos lugareños que se resistieron, durante casi diez minutos, a poner la parte que les exigió el general para terminar las obras del
teatro municipal. Fueron derrotados a pesar de su arrojo y el teatro se
inauguró en 1810 con el patriótico nombre de Napoleón, más tarde Cervantes cuando la cosa de la "liberación" y la vuelta de S.M. Fernando el Séptimo.
Entré en la muy nombrada ciudad con el pie
cambiado y a eso achaco que treinta y tantos años después siga llevando una
vida apartada. Será está la explicación o quizás habría que buscarla en mi falta de
talento social o en cualquier otra razón o en varias o en todas juntas. Ya da igual. Me parece más interesante discutir si
los brillos del vaso de vermú o las gotas de rocío en la caña helada de cerveza
casan mejor con una interpretación cubista o quizás con otra expresionista, averiguar porqué
cada vez hay más palomas y menos golondrinas o aclarar porqué se permite el
pestazo a mantequilla de algunos establecimientos de comer al paso.
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