martes, 9 de septiembre de 2014

Muy Nombrada Ciudad de Granada

Muy Nombrada Ciudad de Granada. Óleo y acrílico sobre lienzo. 65 x 50 cm  2013

La estampa de hoy es una vista de la muy noble, leal, nombrada, grande, celebérrima y heroica ciudad de Granada. Una vista ideal, imaginaria pero muy real, desde la terraza de mi casa cuando vivía en el centro del triángulo formado por el campo de futbol, la cárcel y la plaza de toros. Imaginaria porque mi terraza daba a izquierdas  y esta es a derechas. Real porque es muy parecida a lo que se vería desde esa terraza a derechas.

Está pintada bastantes años después de abandonar aquel barrio. Hace unos meses, revolviendo papeles, me encontré con un dibujo que hice en aquellos años. Era el apunte de la vista de la que hablo. Una imagen muy evidente y convencional: La Alhambra (en la terraza real no se vería porque estaría tapada por la muralla exterior y san Nicolás) bajo una sierra que brilla a contraluz como flotando en el cielo. Pero además, los edificios altos, los bloques de pisos feos de los sesentas y setentas, los tejados y azoteas del barrio... semáforos, antenas, alguna farola, algunos cipreses. Una estampa real, imaginaria pero existente y viva.

Pocas veces he pintado algo de Granada. Me ha siempre que como las fotografías de la Alhambra, si salen bien parecen postales ajenas y profesionales y que sólo si salen mal parecen de uno. Es por eso que he pintado pocas escenas incomparables, pocas torres, pocos muros blancos, rojos y ocres, poco paisaje patrimonial. He preferido hacerlo con los vasos de vermú, con las cañas de cerveza y los reflejos de las farolas en los charcos en noches oscuras de lluvia con luces doradas y artificiales.

Llegué a  Granada hace ya muchos años cuando tenía apenas veintipocos. No fue una llegada fácil, más bien abrupta y traumática. Salí de Madrid por la parte moderna y progre y entré en Granada por la parte digamos, administrativa. La cosa estudiantil y el desenfreno de gentes diversas, que tan nombrada hacen a la ciudad, para mí no existieron. Sí lo hizo  por el contrario el punteo y cuadre de documentos.

Esa parte administrativa de la que hablaba, tenía su parte siniestra de gente gris de aspecto y de alma represiva. También su parte popular de zoco y mercado, de bullicio y trapicheo, de puestos de fruta y verdura a la venta en los callejones, olor de hierbas más o menos curativas, más o menos medicinales. Clientes y gentes de vidas exageradas cada uno en su cosa: pobres demasiado pobres, pescaderos con escamas en las manos y en los billetes, locos muy locos, viejos totalmente solos. A menudo las letras no se sabían leer y sólo se utilizaban para  pagar. Un mundo de sabor fuerte y especiado, algo oriental. Digan lo que ahora digan los recuerdos, a mí no me gustaba aquello. Demasiado sabor, especias a espuertas, sabor demasiado empalagoso, fuerte y duro, todo a la vez.

Entré, como digo, con el pié cambiado y así sigo ahora que ya casi me voy. Porque aunque a los bares y trasnoches terminé incorporándome, lo hice por la citada vía administrativa. Algún intento de pasarme al otro bando hubo pero ejecutado sin determinación. Alguno hubo resuelto en amores que caros hubieran salido a todos si no hubieran, abruptamente, acabado.  Pero lo voy a dejar porque no quiero que esto sea, o que parezca, una enmienda a la totalidad, rencorosa, con el pasado.

Ni me gustan ni aprecio las postales perfectas. Esas pinturas realistas de paisajes que no existen. Limpios de mancha y defecto, con luces pretendidamente, bonitos edificios y calles sin mezcla alguna de cables, señales de tráfico, bloques de pisos amontonados, sin ruidos desagradables ni olores a humo. Son estampas inexistentes, frías y plastificadas. Son como la pornografía profesional, sin morbo porque sólo lo tiene lo posible que a su vez siempre es defectuoso (por eso es que existen con gran éxito las fotos amateur.

Desde que sale el sol hasta mediodía, por la cara de levante, los contraluces borran los medios planos. Sólo se distinguen las formas y colores que están inmediatas o muy cerca de los ojos. Detrás de ellas grandes espacios etéreos y plateados difuminados por el resplandor del sol. Flotando encima, la Sierra. Pero existen los pelos y el que repara en ellos no come tocino. Existen las antenas y los cables, los semáforos y las farolas, las baldosas baratas y mal colocadas en las terrazas de edificios altos y feos, el martilleo de las voces y los ruidos de las gentes en sus coches que van y que vienen. Hay barrillo cuando llueve y en las aceras chicles pegados y algún gargajo.

Como sucede en todas las autobiografías, el lema de Granada es exagerado y bastante mentiroso. Intenta dar la mejor imagen de sí misma aunque no sea la imagen completa o cierta. Cuando me casé, tuve ocasión de comprobar que en las escaleras del convento desamortizado hoy ayuntamiento está escrito el tal lema. Dice "muy noble, leal, nombrada, grande, celebérrima y heroica ciudad de Granada". Es el equivalente antiguo de esas fotos de facebook en las que todos intentamos  parecer quien nos gustaría ser. Aquí ocurre lo mismo. Porque lo de grande es relativo y depende de con quien se compare. Leal, es lo que decimos todos, leales y sinceros. Noble, de aristócratica es cosa que de nada sirve ya hoy día. Celebérrima, algo exagerado, lo cambiaría por célebre, mas sobrio y ajustado. Nombrada, vale, bien. Pero desde luego lo que es pasarse unos cuantos pueblos es apellidarse heroica. Lo podría negar y decir Farax Aben Farax recordando cuando entró al Albaicín en 1568 y le cerraron puertas y ventanas diciéndole aquello de "sois pocos y venís presto". O con mayor autoridad el general Horace Sebastiani, comandado por la Armee Imperial du Midi para ocupar Granada. La única resistencia que encontró fue la de los ricos lugareños que se resistieron, durante casi diez minutos, a poner la parte que les exigió el general para terminar las obras del teatro municipal. Fueron derrotados a pesar de su arrojo y el teatro se inauguró en 1810 con el patriótico nombre de Napoleón, más tarde Cervantes cuando la cosa de la "liberación" y la vuelta de S.M. Fernando el Séptimo.


Entré en la muy nombrada ciudad con el pie cambiado y a eso achaco que treinta y tantos años después siga llevando una vida apartada. Será está la explicación o quizás habría que buscarla en mi falta de talento social o en cualquier otra razón o en varias o en todas juntas. Ya da  igual. Me parece más interesante discutir si los brillos del vaso de vermú o las gotas de rocío en la caña helada de cerveza casan mejor con una interpretación cubista o quizás con otra expresionista, averiguar porqué cada vez hay más palomas y menos golondrinas o aclarar porqué se permite el pestazo a mantequilla de algunos establecimientos de comer al paso.


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