 |
Puerto Banús sin barcos. Acrílico y óleo sobre lienzo. 65x50.2011 |
 |
Tarde de enero |
La playa cuando está en todo lo suyo es en
invierno. Me gusta pasear por la orilla sin sudar, con buena temperatura, sin
gente o con poca y la poca tranquila. Me gusta de la playa el mantra sin fin
del mar yendo y viniendo, las olas que golpean, se retiran y vuelven a golpear
la arena. La playa en invierno es como la lumbre de una chimenea, que captura
la atención sin necesidad de hacer nada, sin que ocurra nada más que el pasar del
tiempo y el baile de las llamas, nada más que algún crujido de la madera
ardiendo, que alguna chispa subiendo inopinadamente como una
estrella fugaz vertical. Delante de las lumbres y delante de los
mares los cuerpos pasan en su sopor a un segundo plano y dejan que la
imaginación y el pensamiento se liberen y trabajen. Y no son
necesariamente trabajos y pensamientos productivos. Suelen ser imaginaciones y
pensamientos efímeros, como la chispa, como la espuma de una ola rota en la
arena.
 |
Lobo y Luci corriendo
por la escollera |
Con la playa llena de gente revolcándose en la
arena, con el calor y con el sol de fuego, con los niños del prójimo jugando a
la pelota, son complicados los misticismos. Los colores y las
luces en verano simplemente no existen, sólo hay cielos y mares blanquecinos y
luces cegadoras que acaban con cualquier detalle, con cualquier matiz. Pero en
invierno sí. En invierno me gusta dar un paseo hasta la playa al caer la tarde.
La tranquilidad es casi absoluta, salvo que a Lobo le de por perseguir
gaviotas, palomas o cualquier pájaro que se haya atrevido
a provocarlo poniendo pata en tierra delante de él.
 |
Faro del espigón |
La playa de la que hablo aquí no es el
arquetipo de playa idílica, que tampoco haría falta, aunque no deja
de tener sus cosas. Tiene luces y contraluces en la puesta de
sol, tiene la silueta de Gibraltar, a gente pescando con las cañas puestas de
pie en las piedras de la escollera. Tiene un par de faros y algún barco
lejos en el horizonte que podemos imaginar de pesca que trajera ricos boquerones y puntillitas hasta
algún chiringuito imaginario, donde lo esperaríamos con una caña bien tirada,
con su espuma y con todo lo que tiene que tener una caña. Así, abstraídos en estos
pensamientos y ensoñaciones dejamos la ostentación y los excesos
aparatosos propios del lugar, guardados a buen recaudo, al otro
lado de los edificios, detrás de las ventanas iluminadas con brillos
dorados. Brillos que son reflejos del sol agonizante, que a su vez se
reflejan en el agua y forman un puzzle temblón de espejos luminosos.
Espejos temblones que nadan sobre un fondo azul que a estas horas ha
viajado casi hasta el negro. A esta s horas apenas queda nadie, sólo la
oscuridad que avanza como niebla desde el mar y el agua que golpea la arena, que
retrocede, se recupera y vuelve a golpear. El cielo cubre la tarde con
colores calientes y pelusas de nubes rojizas que el viento sostiene en el aire
como si fueran colas de cometas.
De uno de aquellos atardeceres es la vista de hoy. Cuando terminé de pintarla, en mi
terraza aunque sin puntillitas ni boquerones, me tomé una cerveza. Quizás fuera
alguna mas de una.
 |
Reflejos de sol |
 |
Detalle del sol |
Vaya fotos más alucinantes.
ResponderEliminar