lunes, 15 de octubre de 2012

Parra, pino y peral





Parra, pino y peral. Acrílico y óleo sobre lienzo. 65x50. 2012




Mañana de fuego, tarde de incendio. Neolítico y pintura fosforescente.
La mañana había empezado suave y agradable pero el horizonte gaseoso y difuminado por la calima anunciaba un mediodía de fuego.


Me había levantado al alba para marcar las lindes conflictivas y los árboles que viven salidos de de la formación. Con estas marcas se registran las irregularidades catastrales que en un lugar tan antiguo como el pago de Lacra son la norma ancestral. Y digo lo de un lugar tan antiguo, sin entrar en mayores alardes eruditos de historia local, porque cuando hicieron los hoyos para poner plantones, justo alrededor de la casa, encontré en los montones de tierra pequeños pero muchos fragmentos romanos de "terra sigillata" y de cerámica decorada a peine, estilo que se supone muy ibero. Las discusiones, los disgustos, las peleas por árboles, descolocados o no, por turnos de agua para el riego y por cosas así, se han sucedido desde entonces (desde antiguamente) con la misma regularidad con la que llegan las noches largas en junio y las noches cortas en diciembre. Ese “antiguamente” no se queda en época clásica pues desde que se inventó la agricultura y con ella las lindes y los riegos, ya se discutía de esos asuntos por aquí. Algo más recientemente, en el siglo XVI, las ordenanzas excluían este pago de la jurisdicción general del alcalde de las acequias, mandando que se siguiera en él el uso que desde antiguo se seguía. Mi  madrugón estaba, pues, sobradamente  justificado. Las marcas de pintura fosforescente en los  troncos de las olivas no eran otra cosa que una consecuencia pura y dura de la revolución neolítica, madre de linderos y parcelas, trimestre de primer curso intermedio entre el paleolítico y las distintas edades metálicas  protohistóricas. Aquel neolítico que tan poco estudié en los primeros meses de 1978, lo revivía ahora con un bote de espray treinta y tantos años después (miles de años después).

-no haré aquí erudición como arriba he prometido y no hablaré de la calzada que proveniente de Basti y Acci, pasando por Céal y camino de Túgia y Cástulo cruzaba estos términos. No hablaré de la alberca de Aguas Calientes similar a la de Fuente Grande en Alfacar, ni de la necrópolis de muertos enterrados cara a levante que encontraron en el último arreglo de la carretera, ni siquiera del fuste semienterrado que en el cortijo viejo servía de "majaero" de esparto. No hablaré de tantas otras cosas interesantes y curiosas que aquí estarían de más pero que no lo estarían en una tarde oscura de invierno, con vino, frente a la lumbre-
"Sigillata" y cerámica decorada a peine

Sigo con el marcaje y la delimitación territorial. Antes de llegar al olivar viejo se había acabado el bote de pintura. Como eso fue justo cuando empezaba a pegar el sol, aproveché y di por acabada la "peoná". Sin pintura y con calor lo único razonable era sentarse a la sombra, tomar un café, pensar en nada, sufrir moscas y tábanos y mirar sin ver los brillos  y destellos que saltaban empujados por el viento entre las hojas del techo vegetal. Eso hice.
Reflejos y destellos
Más reflejos y destellos


En el rincón de la mesa y las tumbonas y las sillas que sirvió de refugio contra el calor y la falta de pintura, hay un peral que trasplantó mi padre hace ya mucho rescatándolo de un bancal de secano donde malvivía. Aunque hubo quien dijo que no saldría adelante y que no valía un duro, el "peralillo" se aferró con rabia y coraje a su nueva vida y tierra y hoy florece cada año. Cada año da peras repartidas en armoniosa aparcería natural entre bichos y humanos. Este peral es un ejemplo de superación personal muy valioso en tiempos de turbación.

Peralillo
Hojas del peralillo



Allí, en el dicho rincón, viven también tres generaciones de parra (en la pintura sólo vemos a la abuela de ellas porque es la más fotogénica, pero hay además hijas y nietas). La sombra que dan las parras es, digamos, medianeja, regular por irregular. Y es que ningún año están al cien por cien de su rendimiento potencial. Unas veces porque el granizo temprano  agujerea las hojas, otras por un ataque de hongos mal defendido y en algún caso, sospecho, que  por error o experimento fitosanitario fallido e inconfesado. Es su sombra irregular y "arroalada", es un damero de piezas claras y oscuras que se desplazan con el sol, de manera que te duermes con la cara a resguardo y al despertarte la recuperas abrasada. Tampoco las uvas que dan estas parras son buenas. No le gustan más que a las avispas.  Y sin embargo, aún con todos estos defectos, las parras no dejan de ser otro ejemplo edificante pues son una familia unida que salta por encima de las diferencias generacionales y que unida trabaja en producir uvas y sombras, aunque sean regulares y malas.
Tres generaciones de parra
Las parras


De todos los árboles y plantas de porte que hay en el rincón son los más altos dos pinos nuevos. Paradójico que los más jóvenes sean los más crecidos. Es algo así como esas generaciones jóvenes de ahora que ahítas de leche y pasteles son mayores que sus padres y mucho más que sus abuelos. Con estos pinos no hace falta buscar más para encontrar moraleja o ejemplo a imitar. Acreditan, por si hiciera falta prueba, que quien come mejor crece más, que quien puede levanta peso y que la igualdad de oportunidades es algo muy relativo. Sigo. A estos pinos  precozmente altos y para que no siguieran creciendo, mi padre les cortó las guías. Decía que de esta manera crecerían a lo ancho y darían  más sombra. Decía también o principalmente, que no llegarían a sobresalir lo bastante  para ser detectados por los satélites en las ortofotos. De esta manera siempre se los podría cortar sin trámite o permiso de ente alguno, a voluntad y sin engorros administrativos (otra cosa es para qué querría cortar unos pinos ya criados y que a nadie ni a nada estorban. Imagino que se trata de una suerte de individualismo anarcoide y rural que seguro que viene también del neolítico).
Pino
Pino visto desde la tumbona


Juntos, todos los árboles de este rincón sí que consiguen formar un hueco de sombra agradable, un refugio que protege del fuego que en forma de viento solano se adueña de cada mañana de verano. Un hueco y un rincón refrescado por el azul de la piscina-alberca y por las gotas de  rocío artificial en la lata de cerveza (una libélula disfrazada de azul patrulla siempre arriba y abajo las hondas azules del agua. A tanta velocidad corre que sólo el azar puede retratarla). 

Conforme andaba la mañana se amontonaba más y más calor, arrastrado desde el cielo desbordado de sol. Aquella primera hora casi al alba, cuando con la fresca marcaba las olivas con pintura fosforescente, no parecía ya cosa del  hoy sino del ayer.  Y entre el calor, los brillos, los reflejos y las aguas de baño y de boca, por encima de las plantas bajas y por debajo de las altas (entre medias) a la altura de las latas de cerveza, se veía entre los olivares borrosos y entre la luz blanca del mediodía, una plantación moderna de placas fotovoltaicas. Habiendo empezado como he empezado con la cosa de la antigüedad, con la cerámica ibera y romana y con la revolución neolítica, estas  hileras de árboles metálicos podrían haber dado pié a muchas y muy acertadas reflexiones sobre el tiempo y la historia, sobre la evolución del mundo. Podían haber dado pié al ejemplo de que hace no tantos años aquí no había ni luz eléctrica.  Pero hoy ya no va a ser. Porque hace demasiado calor y es hora de comer y luego de siesta.
Libélula azul
Plantación de placas fotovoltaicas


(posterior)

A la tarde, con la modorra del sueño recién dejado, volví al rincón de las parras, a los pinos y al peral. Aflojaba ya el sol camino del horizonte pero el fuego del mediodía parecía haberse vuelto incendio: cielos rojos, humos grises, olor a quemado… Sin duda otro incendio acababa con árboles que yo ya no podría ver de nuevo crecidos. Mi padre regaba los arriates entre "terra sigillata", vasos decorados a peine y olivares viejos. Le comenté la desgracia y sin volverse a mirar me sacó del error: “Estarán quemando rastrojos, aunque esté prohibido. Si fuera un incendio ya estarían revoloteando los helicópteros”.
El supuesto incendio de aquella tarde

Y así acabó el día, con sencillez, con poco dramatismo y ninguna grandiosidad, sin posibilidad de oda al incendio de nuestro mundo ni a la pérdida irreparable de paisajes centenarios: no era más que la normalidad de algún otro individualista anarcoide rural venido directamente del neolítico (¿o esta rebeldía será mas bien paleolítica y nómmada?)

La mesa debajo de la parra cuando sale el sol.
50x65. Photoshop. 2012.

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