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El Nacimiento de la luna desde la terraza del c.c. Plaza. Photoshop, 65 x 50 cm 2015 |
Empecé
a garabatear y pintar, o así, por los mismos años en que estudiaba, o así, la
carrera. Aunque yo iba para la cosa del medievalismo me atrajeron muchísimo las
clases de historia del arte. El primer curso abarcaba el arte clásico y
medieval. Me identifiqué inmediatamente
con el románico, sus pinturas en los ábsides con “pantocrátores” de ojos grandes
y abiertos, de colores planos encerrados en líneas de contorno. Además de sus
formas me atraía su porqué, su función pedagógica, su carácter de arte
narrativo que cuenta historias y transmite mensajes. Aquellas diapositivas que
veíamos en la penumbra de la clase me dejaron huella para siempre. Fueron, quizá, el origen de mi gusto por los títulos largos y explicativos, por mezclar
pintura y escritura, escribiendo en el propio soporte siempre que lo permitiera
(y para cuando no lo permitiese me inventé este blog). De todo esto
ya he hablado en entradas anteriores (enlace)
).
Con
posterioridad me hicieron llegar una
foto de algo que pinté en el año 84. Fue un regalo que tuvo un resultado
torcido que ahora no viene al caso. Pero ahora veo que ya contenía aquellas dos
cosas que me dió el románico: las caras, las formas hechas de rayas y colores y
el cuento que le da sentido.
Casi
a la vez, ya no recuerdo si en primero o en segundo curso, en el mismo
proyector de diapositivas, me topé con Botticelli. No guardo un recuerdo
preciso de que fue lo que me gustó de él. Quizás sería reacción ante un
cierto empacho de tremendismo dramático románico, en el que hasta los niños
jesuses en el regazo de las madres-vírgenes teotocos, dejaban claro haber venido a presidir un
mundo de sangre y fuego, de pecado y castigo. Ahora los niños jesuses sonreían,
las vírgenes parecían madres, y en lugar de monstruos y pecadores atormentados
había ángeles y también dioses con toda su corte de subordinados mitológicos. Eran
alfa y omega, Taull y el Quattrocento.
El
efecto fue el mismo que se dio con los frescos románicos. Me di inmediatamente
a la tarea de copiar, imitar, de dejarme arrastrar por el mundo del amigo
Sandro. Pero ahora había un problema no menor: yo no se dibujar. Por eso nunca
enseño aquellos malos experimentos en los que jugaba a florentino. Sólo cuando
volaba por encima de las formas y me despreocupaba del lápiz resultaba algo mínimamente
aceptable. Fue el caso de “Las tres gracias en la cuesta de los Gallardos”, en donde
me dejé de nuevo guiar por mi mismo de manera que, partiendo de Botticelli, acabé
en mis viajes de fin de semana entre Quesada y Granada. Además de a estas
gracias feas, rodeadas de faunillos sinvergüenzas, también le encuentro cierto
interés en una cosilla que hice casi sin querer, para aprovechar un pequeño
marco de plástico y vestir con algo mi habitación del cortijo de Lacra. Todos
los demás intentos mejor olvidarlos.
El
Nacimiento de Venus de Botticelli era lo que más miraba, remiraba e intentaba
recrear. Aunque por suerte comprendí pronto que aquel no era mi camino y lo
dejé.
En
los paseos con mis perrillos me gusta asomarme a la terraza del centro
comercial Plaza, que es un mirador muy agradable dando al mar. Según la hora y
la época del año la vista es nocturna o diurna, con los colores de un tiempo o
con los de otro. Allí he visto algunas mañanas de invierno salir el Sol y luego
a la tarde por el mismo sitio nacer la Luna. Venus suele merodear
también aquellos cielos, pero como va vestida de estrella y no de diosa, no se
la que es. A la Luna sí se la ve bien. Por eso he pintado el nacimiento de la
Luna y no el de Venus.
Una
luna enorme, rojiza, apenas recién salida del horizonte, sobre el mar. También
sale si no de, junto a una Concha, como la original, pero este es el único parecido. Bueno y que
mi Luna, como su Venus, nace de la espuma del mar. En mi Nacimiento he puesto un barco, un avión
que vuela bajo porque va a Gibraltar y que por aquí ya está maniobrando. También los
coches que vienen y que van feroces por la autovía o que se mueven más humanos
y tranquilos entre los árboles de las calles. Al fondo, las luces de Marbella y
la línea de la costa, debajo de las estrellas y encima de los reflejos que las
olas rompen y recomponen incesantemente. Aquí delante hay sombras que alternan con
la claridad de las farolas y hay tejados, paredes y rincones apenas intuidos.
Parece una naturaleza humana deshabitada. Pero por las ventanas iluminadas sabemos que sí hay vida, que hay personas.
N.B.
Las estrellas son las flores que en el nacimiento de Botticelli la pareja de
ángeles lanza a la diosa, pero también son mis pensamientos y sueños. Por eso
son de colores.
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El original de Botticelli |
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Mi versión de Venus con un marco de plástico |
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Una composición de raro origen románico |
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Mosaico de fotografías para mi composición |
Y estas ya son fotos con móvil, malas y poco claras, desde la terraza del c.c. Plaza con la Luna (se ve pequeña) naciendo.