Cuando
era joven y empezaba a trabajar ¡tanto hace ya! me parecía raro e inexplicable
que, para cuando entraba a mi hora en punto, los viejos llevasen un buen rato en
sus mesas, y se hubiesen leído en el periódico de papel algunas noticias y la
totalidad de las esquelas, que eran lo más principal. Con el tiempo y ya siendo
yo el mayor, lo he recordado cada mañana, tomando café con otros mayores media
hora antes de la hora, para ilustrar el paso de los años y rellenar, con poco
gasto mental, las conversaciones banales del amanecer.
También
me asombraba por entonces de que hubiera gente ocupándose de su tumba y
descanso eterno, contratando seguros de entierro que pagaban mes a mes durante
todos sus años restantes. Me producía repelús esta costumbre y me parecía
propia de siglos negros, antiguos y supuestamente ya difuntos. Nunca hubiera
imaginado, entonces, que hoy soy yo quien tiene dicho donde quiero que me
tiren, hecho ceniza, cuando suceda y que lo tengo tan arreglado que he pintado
una pintura como si fuera un testamento gráfico: "Retrato al natural del
Mulhacén y su zona de influencia". Desde el principio de los siglos, a una
y otra orilla del Nilo, la gente joven ha pensado que el paso del tiempo es
cosa que no va con ellos, hasta que la inundación eterna, que regresa año tras año, nos saca del error.
Y
a esa pintura que he mencionado voy. Es un óleo, con base de acrílico, de 65 x 50 cm . y cuenta que el
Mulhacén se ve desde todos los lugares
por los que me muevo, todos los escenarios en los que actúo. Se ve desde Quesada,
desde Granada, desde Marbella... Y cuando digo que se ve no me refiero a que se vea
desde ese sitio exacto, me refiero al país, a la comarca, a la zona, al ámbito.
Así, por ejemplo, no se ve desde la mayoría de las calles de Granada, no se ve
desde mi casa ni tan siquiera desde los bares de la mismísima calle Mulhacén. Pero
aunque no se vea se sabe que está ahí, arriba, justo antes del cielo. Basta
asomarse a cualquier mirador bien situado para verlo.
Lo
mismo podríamos decir de mi casa en Nueva Andalucía. El Mulhacén no se puede
ver porque lo impide Sierra Blanca, aunque basta subir a cualquiera de sus
alturas para descubrirlo. Y exactamente lo mismo para Quesada. No se ve desde
la plaza y jardín, porque lo impiden los cerros, pero sí y claramente, desde Lacra
o desde cualquier altura de las sierras alrededor. Es como el Gobierno, que no se
ve pero que siempre está.
Con
todo esto quiero decir que el Mulhacén domina el cielo, el horizonte de mis
tres escenarios vitales. Desde los tres se ve el Mulhacén y desde el Mulhacén
se ven los tres.
Se
comprende así que el Mulhacén sea el sitio que he elegido para revolotear.
Cualquier otro lugar sería parcial, anatómicamente incompleto. Pero en el
Mulhacén podré estar en mis tres casas a la vez. Desde allí podré ver la
chimenea y alberca de Lacra, las calles de Granada y mis bares favoritos, el
camino viejo de Istán, adonde voy con Lobo y Luci para que ellos corran y salten
mientras yo vigilo los barcos que vienen y van por el camino del Estrecho.
Todo lo podré disfrutar a la vez, sin necesidad de renunciar a nada.
Se
que todas estas prevenciones son una tontería. Que, pase lo que pase, el único
que nunca se enterará de nada seré yo, de manera que esté donde esté me dará un
poco igual. Por otra parte soy consciente de que no es fácil llegar hasta allí.
Las pendientes, la distancia y la nieve en su momento son impedimentos a tener
muy en cuenta. Y por eso he preparado un plan B. Como alternativa sirve el
Veleta donde es mucho más fácil llegar. No es emblemático, literariamente
pertenece a otra división, pero las vistas son prácticamente las mismas.
Además y como los vientos dominantes suelen ser de poniente, si me dejan allí ya
me iré yo volando al Mulhacén, que está a su levante.
Retrato al natural del Mulhacén y su zona de influencia
Luna, sol, Estrecho, mar, palmera, playa.
Torre y castillo, semáforos, señales, ventanas y balcones.
Olivares, chopo, alberca, nocturno, faros, horizonte y perfil de Baeza.
Progresión de la luna y del sol sobre el cielo del Mulhacén
Barcos que van y vienen del Estrecho. Perpendicularmente pájaros en su migración cruzando el mar de Alborán, que van y que vienen.. Aviones en el cielo, yendo y viniendo.
Palmeras, casas, bloques de apartamentos, araucarias.
Las teselas del agua se mueven brillando en la luz del atardecer.
Campanario almohade, balcones y miradores, cipreses, ventanales, tejados. A voces pelean los coches, avanzando y retrocediendo, entre semáforos y señales.
En el filo del horizonte, bajo la luna la torre de la catedral de Baeza, por la carretera de entonces se acercan y alejan, suben y bajan por la cuesta, los faros de coches, lanrover y camiones cargados de paja.
Y en la parte del centro (arriba de todo) el Mulhacén.
Pedregales de nieve. Granitos de hielo. Nadie lo mira. Casi nunca se ve. Pero siempre está.
El Mulhacén desde el puerto de los Blancares en Tocón de Quéntar |
El Mulhacén desde la alberca de Lacra |
El Mulhacén desde el pico de Juanar |