martes, 1 de noviembre de 2016

Retrato al natural del Mulhacén y su zona de influencia



    Cuando era joven y empezaba a trabajar ¡tanto hace ya! me parecía raro e inexplicable que, para cuando entraba a mi hora en punto, los viejos llevasen un buen rato en sus mesas, y se hubiesen leído en el periódico de papel algunas noticias y la totalidad de las esquelas, que eran lo más principal. Con el tiempo y ya siendo yo el mayor, lo he recordado cada mañana, tomando café con otros mayores media hora antes de la hora, para ilustrar el paso de los años y rellenar, con poco gasto mental, las conversaciones banales del amanecer.

    También me asombraba por entonces de que hubiera gente ocupándose de su tumba y descanso eterno, contratando seguros de entierro que pagaban mes a mes durante todos sus años restantes. Me producía repelús esta costumbre y me parecía propia de siglos negros, antiguos y supuestamente ya difuntos. Nunca hubiera imaginado, entonces, que hoy soy yo quien tiene dicho donde quiero que me tiren, hecho ceniza, cuando suceda y que lo tengo tan arreglado que he pintado una pintura como si fuera un testamento gráfico: "Retrato al natural del Mulhacén y su zona de influencia". Desde el principio de los siglos, a una y otra orilla del Nilo, la gente joven ha pensado que el paso del tiempo es cosa que no va con ellos, hasta que la inundación eterna, que regresa año tras año, nos saca del error.

    Y a esa pintura que he mencionado voy. Es un óleo, con base de acrílico, de 65 x 50 cm. y cuenta que el Mulhacén  se ve desde todos los lugares por los que me muevo, todos los escenarios en los que actúo. Se ve desde Quesada, desde Granada, desde Marbella... Y cuando digo que se ve no me refiero a que se vea desde ese sitio exacto, me refiero al país, a la comarca, a la zona, al ámbito. Así, por ejemplo, no se ve desde la mayoría de las calles de Granada, no se ve desde mi casa ni tan siquiera desde los bares de la mismísima calle Mulhacén. Pero aunque no se vea se sabe que está ahí, arriba, justo antes del cielo. Basta asomarse a cualquier mirador bien situado para verlo.

    Lo mismo podríamos decir de mi casa en Nueva Andalucía. El Mulhacén no se puede ver porque lo impide Sierra Blanca, aunque basta subir a cualquiera de sus alturas para descubrirlo. Y exactamente lo mismo para Quesada. No se ve desde la plaza y jardín, porque lo impiden los cerros, pero sí y claramente, desde Lacra o desde cualquier altura de las sierras alrededor. Es como el Gobierno, que no se ve pero que siempre está.

    Con todo esto quiero decir que el Mulhacén domina el cielo, el horizonte de mis tres escenarios vitales. Desde los tres se ve el Mulhacén y desde el Mulhacén se ven los tres.

    Se comprende así que el Mulhacén sea el sitio que he elegido para revolotear. Cualquier otro lugar sería parcial, anatómicamente incompleto. Pero en el Mulhacén podré estar en mis tres casas a la vez. Desde allí podré ver la chimenea y alberca de Lacra, las calles de Granada y mis bares favoritos, el camino viejo de Istán, adonde voy con Lobo y Luci para que ellos corran y salten mientras yo vigilo los barcos que vienen y van por el camino del Estrecho. Todo lo podré disfrutar a la vez, sin necesidad de renunciar a nada.

    Se que todas estas prevenciones son una tontería. Que, pase lo que pase, el único que nunca se enterará de nada seré yo, de manera que esté donde esté me dará un poco igual. Por otra parte soy consciente de que no es fácil llegar hasta allí. Las pendientes, la distancia y la nieve en su momento son impedimentos a tener muy en cuenta. Y por eso he preparado un plan B. Como alternativa sirve el Veleta donde es mucho más fácil llegar. No es emblemático, literariamente pertenece a otra división, pero las vistas son prácticamente las mismas. Además y como los vientos dominantes suelen ser de poniente, si me dejan allí ya me iré yo volando al Mulhacén, que está a su levante.



Retrato al natural del Mulhacén y su zona de influencia

Luna, sol, Estrecho, mar, palmera, playa.

Torre y castillo, semáforos, señales, ventanas y balcones.

Olivares, chopo, alberca, nocturno, faros, horizonte y perfil de Baeza.

Progresión de la luna y del sol sobre el cielo del Mulhacén

Barcos que van y vienen del Estrecho. Perpendicularmente pájaros en su migración cruzando el mar de Alborán, que van y que vienen.. Aviones en el cielo, yendo y viniendo.

Palmeras, casas, bloques de apartamentos, araucarias.
Las teselas del agua se mueven brillando en la luz del atardecer.

Campanario almohade, balcones y miradores, cipreses, ventanales, tejados. A voces pelean los coches, avanzando y retrocediendo, entre semáforos y señales.

En el filo del horizonte,  bajo la luna la torre de la catedral de Baeza, por la carretera de entonces se acercan y alejan, suben y bajan por la cuesta, los faros de coches, lanrover y camiones cargados de paja. 

Y en la parte del centro (arriba de todo) el Mulhacén.
Pedregales de nieve. Granitos de hielo. Nadie lo mira. Casi nunca se ve. Pero siempre está.




El Mulhacén desde el puerto de los Blancares en Tocón de Quéntar
El Mulhacén desde la alberca de Lacra
El Mulhacén desde el pico de Juanar

jueves, 22 de septiembre de 2016

El cielo de Quesada

El cielo de Quesada. Acrílico y óleo 65 x 50 cm. 2016


    Una noche de verano. Quizás de agosto. Con luna llena. La imagen está tomada como si el observador estuviera tendido en el suelo con la cabeza al norte y los pies al sur.  A su derecha los cerros de Vítar y la Magdalena, con sus repetidores. A su izquierda la sierra. De frente los Picones y el puerto de Tíscar con su atalaya. Un “lanrover” sube penosamente por las cuestas de un carril.











    En aquellos veranos de antes, los de estudiante, al contrario que ahora era uno mucho más nocturno, no había hora de acostarse por la noche ni de levantarse por el día. Recuerdo muchas noches de luna llena, o quizás es que solo recuerde esas o que las recuerde con preferencia. Noches de atmósfera tranquila y luminosa, noches silenciosas de colores azulados y grises en las que las sombras de la luna eran muy oscuras y la tierra de los olivares muy brillante, casi blanca.

    En esas noches de los veranos de antes pocos ruidos rompían la calma silenciosa, fuera de algún cuco, de los grillos o del nuestro propio en algún bar, ruido ese si, chillón y escandaloso. Por ser aquel silencio tan tranquilo eran muy llamativos y ocupan buena parte de memoria los pocos ruidos que de cuando en cuando se presentaban. Así, el de los camiones cargados de paja que atravesaban de noche el pueblo para no recalentarse. Con el estrépito de sus mecánicas ya entonces viejas alborotaban por un momento la noche. Después volvía la calma y las voces destempladas que escapaban del bar.

    Nunca me dieron miedo las noches de luna llena porque no son oscuras sino azules.

    Con los años fue uno dejando de tener todos los veranos libres y las  horas de orto y ocaso se han ido acomodado a criterios más convencionales. Hacía mucho, mucho tiempo que no vivía a la luz de la luna una noche de verano. Por eso me dio tanto gusto la excursión nocturna que hice este agosto pasado. Bajando del anochecer en el Veleta, la luna señalaba la verea y a lo lejos brillaban las luces de Granada en la Vega. Sólo se escuchaba el sonido de nuestra conversación y nuestros pasos contra las piedras del camino. Por allí no hay cucos ni grillos.


Saliendo la luna en el Veleta
Abajo en la Vega las luces de Granada






    Nunca me han dado miedo las noches de luna llena, al contrario, me gustan, me atraen. Las noches de luna llena de verano sólo pueden terminar como ya entonces, con luz, luz artificial brillando en los hielos de un gintonic. Fue el caso.

Las luces de Granada., Digital,. 4.724 x 3.071 px. 2016













lunes, 4 de julio de 2016

La Contraviesa, entre la sierra y el mar

La Contraviesa, entre la sierra y el mar. Digital. 2016


Es la Contraviesa tierra de cortijos y cortijadas, apenas hay pueblos y aldeas como es frecuente en la otra parte de la Alpujarra, y los pocos que hay escapan de las alturas y se esconden en los valles a resguardo de la costa.

Es la Contraviesa tierra de almendros y viñas, de bastantes higueras. Antes lo fue de encinas y de monte, que hoy poco queda y se refugia junto al lecho de las barranqueras dibujando surcos que bajan por las laderas.

Es la Contraviesa tierra áspera, seca y fría, entre el mar y la sierra que ambos, desde sus alturas, se pueden ver a la vez con nada más que girar la cabeza. Tierra  melancólicamente dramática como de Bodas de Sangre.

La Contraviesa

Almendros 


Pedro Antonio de Alarcón en su viaje a la Alpujarra, al llegar al cerro Chaparro que domina toda la comarca o mejor subcomarca, dice lo que vio y que fue esto:

“Pero he exagerado un poco al decir que se veía toda la costa, cuando precisamente lo que había allí de más notable era: -que se divisaba una gran extensión del líquido elemento, sin descubrirse por eso sus playas.

Más claro: los oteros australes de la Contraviesa se destacaban sobre la bóveda del mar, -en vez de destacarse, como los otros montes, sobre la bóveda del cielo.

Y digo la bóveda del mar-, porque desde aquella suma eminencia (¡oh maravilla!) veíamos el Mediterráneo..., no debajo de nosotros como una llanura, sino colgado del firmamento como un telón; no tendido en semicírculo horizontal, como resulta cuando se le mira desde sus riberas, sino levantando un enorme arco, o más bien un enorme disco, sobre la línea del horizonte, cual si fuese una inconmensurable sierra de agua.

Nunca había reparado yo hasta entonces en aquel sorprendente efecto de óptica, -que, si no me engaño, se debe, entre otras causas, a la redondez (tantos siglos desconocida) del planeta en que escribo estos renglones...

Por cierto que detrás de aquel arco o mitad de disco, o sea por encima de él, se percibían vagamente, a pesar de esa redondez de la tierra, algunas cumbres del gigantesco Atlas, rey de los montes africanos...- ¡Tan elevadas se hallan sobre el nivel del mar!...”

Mapa de piedra y agua” le llamó a este capítulo de su viaje “¿qué otra cosa era el revuelto océano de montes que dominábamos desde allí, sino los tejados y azoteas de la Alpujarra, debajo de los cuales estaban sus valles, alias sus plazas; sus ramblas, alias sus calles; sus barrancos, alias sus callejones, y sus pueblos, alias sus gentes?"

El mar encima de la Contraviesa
Mas allá del mar de Alborán, África, el Moro, la Berbería

Pero no es la cosa de ver el mar por encima de nuestras cabezas la única notable que puede vivirse en la Contraviesa. Se da también el caso curioso de que algunos inviernos nieve en mitad de un día despejado. Se explica el fenómeno por los fuertes vientos que arrancan la nieve de las cercanas cumbres de Sierra Nevada y la arrastran por el aire a grandes distancias. Es tanta la altura a la que viaja y el frío de la estación,  que no se derrite en el viaje. Pero tampoco es  menos peculiar la circunstancia de que al pronto se vean barcos, enormes petroleros y portacontenedores, viajando majestuosamente por entre los almendros. Es por aquello que decía Pedro Antonio de la curvatura de la tierra, de manera que los barcos en muy alta mar se ven no debajo sino en la parte superior del horizonte, justo donde se recortan las siluetas de los árboles aquí arriba a 1.500 metros.

En fin, una tierra difícil pero de tremenda y rara personalidad. Fue y aún lo es, zona aislada que sólo está cerca del mar y del cielo, muy expuesta a los peligros que de allí llegan y que no son sino guerras de religión y piratas. Lo decía Luis del Mármol Carvajal trescientos años antes que Pedro Antonio, en su “Historia del rebelión y castigo de los moriscos del Reino de Granada”:

“Los Ceheles son dos taas que están juntas en la costa de la mar; la que cae a poniente llaman Zueyhel, nombre diminutivo, porque es más pequeña que la otra. y a entrambas taas las baña al mediodía el mar Mediterráneo, y a la parte del cierzo confina con la taa de Ferreira, con la de Juviles y con parte de la de Ugíjar.

Esta tierra es de grandes encinares y de mucha yerba para los ganados; cógese en ella cantidad de pan. Lo que cae hacia la costa de la mar, es muy despoblado, y por eso es muy peligroso, porque acuden de ordinario por allí   muchos bajeles de cosarios turcos y moros de Berbería.”

Imgen aérea de la Contraviesa

Con todo lo dicho ya se ve lo que se representa en la ilustración digital de esta entrada: Las cumbres de Sierra Nevada con la nieve, por delante los borreguiles mas altos y los barrancos mas altos con sus robledales y quejigales, aquí en otoño. Detrás apenas se distingue un poco de la Alpujarra Alta y se intuye por donde pasa el Guadalfeo. Luego todo es Contraviesa, con sus viñas, sus almendros, higueras y cortijadas. A un lado la sierra de Lújar y sus antenas, al otro el Cerrajón de Murtas con las suyas. Por aquella esquina los invernaderos de Castell de Ferro y los molinos de electricidad sobre Motril. De fondo el mar, Mar de Alborán, con los barcos que van y vienen del Estrecho. Bajo el cielo la costa vecina: Africa, Marruecos, el Moro, la Berbería que de todas estas formas se le llama.

Es la Contraviesa por todos estos, y por otros muchos motivos, tierra peculiar y rara. Vive casi al margen del tiempo, al margen de los excesos playeros y también del moderno parque temático que han construido en partes de  la Alpujarra alta. No se si es bueno o malo pero es así.

Los barcos vuelan por encima de las sierras



jueves, 18 de febrero de 2016

El cuchillo de la tormenta

Cuchillo de la tormenta. Óleo y acrílico, 65 x 50 cm, 2016

Escribió D. Antonio Machado, cuando anduvo por Baeza (“Apuntes para una geografía emotiva de España”), unos versos que decían:


II

Sol en los montes de Baza.

Mágina y su nube negra.

En el Aznaitín afila

su cuchillo la tormenta.


VI
Y en la sierra de Quesada:Vivo en pecado mortal:

no te debiera querer;

por eso te quiero más”


Son solo apuntes y no se sabe que quiso decir con esta segunda estrofa, si es que quiso decir algo más que la pura música de las palabras. Pero sí parece claro a cuento de qué viene la primera. En sus paseos por Baeza más de una tarde vería crecer y ascender las nubes en las sierras al otro lado del Guadalquivir. Montes de Mágina y tremendo peñón calizo y pelado del Aznaitín, que parece pensado para nido de tempestades. 

Aznaitín parece que viene de Netón o Neitín, dios íbero de la guerra y señor del rayo. Una suerte de Marte muy venerado en la Turdetania y la Oretania, de las que estas sierras hacían frontera. Pensara en esto o pensara en otras melancolías suyas ,es evidente que el poeta sí que oyó en sus paseos gritar al trueno a lo lejos, sobre el Aznaitín. Está muy bien dicho eso de que la tormenta afilaba su cuchillo.

Las tormentas o dan miedo o bien gustan y atraen. Yo estoy en el caso segundo. No es que sea como esos descerebrados que se ven en las películas persiguiendo tornados, es que me gusta verlas crecer, olerlas, oírlas. Me parecen de una insuperable expresividad sus vendavales, las primeras gotas que levantan olor a tierra mojada, la furia del diluvio golpeando por todas partes, los fogonazos del relámpago, el rugido del trueno, la oscuridad que cae de golpe sobre el día, la serenidad relajada y algo triste cuando se ha ido.

Siempre he sido muy aficionado a las tormentas, que me han dejado muchos episodios  en la memoria. De ellos uno entre tantos, recordado quizás por asociarlo a tiempos más jóvenes, es el de las tormentas sobre la Loma de Úbeda, cuando por la parte de Los Propios iba yo y venía de Granada a Quesada y viceversa. Perfil de la catedral de Baeza, relámpagos, interferencias en la radio, los faros de los coches encendidos, rojas luces de posición.

Otro día, mucho años después de aquellos viajes, descubrí por navegadora casualidad un paisaje marino de John Constable: sobre el mar negros nubarrones descargan una densa cortina de lluvia, en los techos de las nubes traseras brilla el sol. Me maravilló. Una pintura radicalmente expresionista, resuelta con cuatro furiosos arañazos que componen una manta de agua cayendo desde los flecos claros y oscuros del nubarrón. Una pintura absolutamente asombrosa. Especialmente siendo cosa de un señor ya de tanta edad, que tendría hoy, si viviera, sus buenos doscientos años, algo mas.

Así que de D. Antonio Machado cogí el nombre, de Constable las rayas y de mis recuerdos lo demás.

Esta es la explicación, el cuento de  este tormentazo o nube sobre Baeza y Úbeda, visto desde la carretera de Los Propios, yo camino de Quesada o en la vuelta a Granada que tanto da.


Paisaje marino de J. Constable
Desde el Coscojal del cerro de la Magdalena en Quesada, nubarrones
 y manta de agua en la Loma de Úbeda

Instituto de Baeza, donde daba clases el poeta

martes, 29 de septiembre de 2015

Luna Azul

Luna Azul con vino blanco, vela para mosquitos y albahaca. Acrílico y óleo. 65 x 50 cm 2015

Fue una noticia inesperada que anunciaba algo hermoso y poético. Algo que no se había dado desde hacía no se cuanto tiempo y hasta otro tanto no se volvería a dar. Una luna azul. Pocos sabíamos que fuera aquello, pero a pesar de ignorarlo, todo el que leía el titular imaginaba literalmente eso, una luna llena y azul en un cielo estrellado. Una luna excepcional y bella que, sin que nadie la hubiéramos visto jamás, a todos nos traía recuerdos imaginados de otros años más jóvenes…

Demasiado bonito. La vida suele ser dura y la naturaleza, aún más menudo, cruel. Leyendo el cuerpo de la noticia, que es lo que siempre hay que hacer y casi nunca se hace, la cosa resultaba de índole absolutamente contraria a la sugerida en el titular, un asunto absolutamente administrativo, de papeleo, sellos y fechadores. La luna así llamada es, tristemente, aquella que repite su fase de llena dos veces en un mismo mes. Geometría de calendario, noticia de relleno para veranos somnolientos. Pero eso sí, en el burócrata que nombró el fenómeno debía habitar un escribiente-poeta, seguramente sebastianista y radicalmente melancólico, como aquel famoso oficinista de Lisboa traductor de documentos de comercio exterior.

Pero como digo, la lectura de aquel titular con deprecio del cuerpo de la noticia provocó gran revuelo en las redes. Muchos preguntaban que fuera eso de la luna azul, cuándo y dónde se podía ver, si había lugares y circunstancias que favorecieran su contemplación, etc. Una lluvia de pequeñas decepciones apagó los sueños cuando se supo que era blanca, como todas, como todas las lunas de toda la vida.

En medio de la decepción recordé que tenía por ahí sueltas y medio olvidadas algunas cosas de la luna. Y se me ocurrió aprovecharlas y  hacer una luna realmente azul.

Al efecto dispuse mi terraza con las casas y edificios de los alrededores y el pico de la Concha predominando. Imaginé un cielo con estrellas alrededor de una luna llena y azul, envuelta en azules de otros tonos. Entre los árboles y los tejados, en las ventanas, amarillos y blancos artificiales eléctricos. Pero como solo el color de la luna es imaginado, no lo es la escena, como es noche de verano, hay una vela antimosquitos y una maceta de albahaca para mayor protección. Y una copa de vino blanco, para beberla despacio y seguir pensando, como dijo aquella vez el sargento Paine, en los propios asuntos, que no son otros que las estrellas de colores: sueños girando alrededor de la Luna Azul, como la luz del día gira alrededor del Sol. 


Luna desde mi terraza

Otra

Y una tercera

Vino, albahaca y vela antimosquitos

Esperando a la luna

Tomando el sol

jueves, 4 de junio de 2015

El Sol se va.

El Sol se va.     Óleo y acrílico sobre lienzo. 100 x 65 cm. 2015



El Sol se va

El Sol se va y escapa por detrás de la catedral de Baeza,
se lleva un montón de cosas.

Al contraluz brillan las aguas de las balsas de riego, las aguas imprevisibles de Guadiana Menor.

Se va el Sol y queda la noche.
Se va porque, aunque a veces no lo parezca, el Mundo siempre se mueve.

Adiós al Sol y con él
a este momento que nos ha tocado del tiempo del Mundo.

Ocaso. El reloj solar  traspone el horizonte.
Cuando ha oscurecido, se escucha con más fuerza el mecanismo que lo mueve.


Puesta de sol desde el mirador de Toaires en la A-315, Quesada

El Sol y la torre de la catedral de Baeza



Descripción geográfica y sentimental de esta puesta de sol:

Ahora está muy de moda acudir a verla, pero para mi esta puesta de sol, este atardecer, es compañera desde hace ya muchos años. Aunque no la mirase, aunque me cogiese conduciendo, yendo o viniendo,  de paseo con los perros  en el Coscojal o de espaldas, sin moverme de casa, sin verla siquiera, apenas intuida en los últimos colores del cielo anocheciendo, ahí ha estado. Miles de veces (quizás no tantas) la he fotografiado, unas cuantas la he pintado, donde he podido de ella he hablado.

En esta vista del Sol que se va van y vienen los aviones, revolotean las siluetas de los pájaros. El siempre un poco loco y traicionero Guadiana Menor, reluce y se arrastra por el fondo de su curso, camino de Guadalquivir. Las filas de los olivares dibujan ondulaciones en el campo, mar aparentemente estático.  Tierra seca y salada, para domarla se han ido multiplicando las balsas de riego. Pequeños o grandes estanques labrados en las elevaciones y que encandilan con los rayos que reflejan.

El horizonte es la la torre de la catedral de Baeza, la loma de Úbeda y la cúpula de El Salvador, también Torreperogil. A la izquierda Mágina, entre calimas y flamas las tardes de verano. A la derecha los repetidores del cerro de la Magdalena, sobre el cementerio de Quesada, transmitiendo señales y comunicaciones etéreas en una antigua dimensión.

Me temo que esta vez sí se va, de verdad, el Sol. O ha empezado a irse. Se le ve ya el adiós.



Reflejos y distorsiones naturales

Las balsas de riego brillando


De la entrada anterior en donde ya hablé del Sol y de la catedral de Baeza:

jueves, 9 de abril de 2015

Nacimiento de la Luna desde la terraza del c.c. Plaza

El Nacimiento de la luna desde la terraza del c.c. Plaza. Photoshop, 65 x 50 cm 2015



Empecé a garabatear y pintar, o así, por los mismos años en que estudiaba, o así, la carrera. Aunque yo iba para la cosa del medievalismo me atrajeron muchísimo las clases de historia del arte. El primer curso abarcaba el arte clásico y medieval.  Me identifiqué inmediatamente con el románico, sus pinturas en los ábsides con “pantocrátores” de ojos grandes y abiertos, de colores planos encerrados en líneas de contorno. Además de sus formas me atraía su porqué, su función pedagógica, su carácter de arte narrativo que cuenta historias y transmite mensajes. Aquellas diapositivas que veíamos en la penumbra de la clase me dejaron huella para siempre. Fueron, quizá, el origen de mi gusto por los títulos largos y explicativos, por mezclar pintura y escritura, escribiendo en el propio soporte siempre que lo permitiera (y para cuando no lo permitiese me inventé este blog). De todo esto ya he hablado en entradas anteriores  (enlace) ).

Con posterioridad  me hicieron llegar una foto de algo que pinté en el año 84. Fue un regalo que tuvo un resultado torcido que ahora no viene al caso. Pero ahora veo que ya contenía aquellas dos cosas que me dió el románico: las caras, las formas hechas de rayas y colores y el cuento que le da sentido.

Casi a la vez, ya no recuerdo si en primero o en segundo curso, en el mismo proyector de diapositivas, me topé con Botticelli. No guardo un recuerdo preciso de que fue lo que me gustó de él. Quizás sería reacción ante un cierto empacho de tremendismo dramático románico, en el que hasta los niños jesuses en el regazo de las madres-vírgenes teotocos,  dejaban claro haber venido a presidir un mundo de sangre y fuego, de pecado y castigo. Ahora los niños jesuses sonreían, las vírgenes parecían madres, y en lugar de monstruos y pecadores atormentados había ángeles y también dioses con toda su corte de subordinados mitológicos. Eran alfa y omega, Taull y el Quattrocento.

El efecto fue el mismo que se dio con los frescos románicos. Me di inmediatamente a la tarea de copiar, imitar, de dejarme arrastrar por el mundo del amigo Sandro. Pero ahora había un problema no menor: yo no se dibujar. Por eso nunca enseño aquellos malos experimentos en los que jugaba a florentino. Sólo cuando volaba por encima de las formas y me despreocupaba del lápiz resultaba algo mínimamente aceptable. Fue el caso de “Las tres gracias en la cuesta de los Gallardos”, en donde me dejé de nuevo guiar por mi mismo de manera que, partiendo de Botticelli, acabé en mis viajes de fin de semana entre Quesada y Granada. Además de a estas gracias feas, rodeadas de faunillos sinvergüenzas, también le encuentro cierto interés en una cosilla que hice casi sin querer, para aprovechar un pequeño marco de plástico y vestir con algo mi habitación del cortijo de Lacra. Todos los demás intentos mejor olvidarlos.

El Nacimiento de Venus de Botticelli era lo que más miraba, remiraba e intentaba recrear. Aunque por suerte comprendí pronto que aquel no era mi camino y lo dejé.  

En los paseos con mis perrillos me gusta asomarme a la terraza del centro comercial Plaza, que es un mirador muy agradable dando al mar. Según la hora y la época del año la vista es nocturna o diurna, con los colores de un tiempo o con los de otro. Allí he visto algunas mañanas de invierno salir el Sol y luego a la tarde por el mismo sitio nacer la Luna. Venus suele merodear también aquellos cielos, pero como va vestida de estrella y no de diosa, no se la que es. A la Luna sí se la ve bien. Por eso he pintado el nacimiento de la Luna y no el de Venus.

Una luna enorme, rojiza, apenas recién salida del horizonte, sobre el mar. También sale si no de, junto a una Concha, como la original,  pero este es el único parecido. Bueno y que mi Luna, como su Venus, nace de la espuma del mar.  En mi Nacimiento he puesto un barco, un avión que vuela bajo porque va a Gibraltar y que por aquí ya está maniobrando. También los coches que vienen y que van feroces por la autovía o que se mueven más humanos y tranquilos entre los árboles de las calles. Al fondo, las luces de Marbella y la línea de la costa, debajo de las estrellas y encima de los reflejos que las olas rompen y recomponen incesantemente. Aquí delante hay sombras que alternan con la claridad de las farolas y hay tejados, paredes y rincones apenas intuidos. Parece una naturaleza humana deshabitada.  Pero por las ventanas iluminadas sabemos que  sí hay vida, que hay personas.   


N.B. Las estrellas son las flores que en el nacimiento de Botticelli la pareja de ángeles lanza a la diosa, pero también son mis pensamientos y sueños. Por eso son de colores.

El original de Botticelli
Mi versión  de Venus con un marco de plástico

Una composición de raro origen románico

Mosaico de fotografías para mi composición



Y estas ya son fotos con móvil, malas y poco claras, desde la terraza del c.c. Plaza con la Luna (se ve pequeña) naciendo.





jueves, 12 de marzo de 2015

Cae la tarde en la calle Alhamar

Cae la tarde en la calle Alhamar. Acrílico y óleo sobre tela. 65 x 50 cm. 2015
Y las últimas luces escapan por los pisos altos, las azoteas, por el cementerio y el barranco del Abogao arriba. El cielo desparece de este a oeste.

Es la hora triste de las tardes  de febrero cuando sigue siendo día pero un día ya viejo, con poca vida que por momentos se le va.

N se han encendido todavía las farolas  y la calle apenas está alumbrada por los semáforos, por algún escaparate tempranero, por los últimos reflejos del sol golpeándose en los cristales de las ventanas.

Penumbra. La gente va y viene, los coches suben y bajan,  en la puerta del hotel turistas que se van, en el paso de peatones niños y niñas que vuelven del colegio, hay cierto escándalo en los bares de copas para trasnochadores del mediodía…

La vida como suspendida en la tarde de la calle Alhamar. La vida expectante en el día que se acaba, a la espera de la noche. Cuando llegue, pondrá en ella un pié, y cuando esté firme y asegurado saltará con todo su cuerpo para seguir andando los pasos del reloj.


Colores decaídos, luces tristes, final melancólico de la tarde. El tiempo se frena y retiene (todavía es pronto para unas cañas). Cuando llego a casa y enciendo una lámpara, mágicamente se reanuda. Pero esa es ya otra historia y cuento.