miércoles, 20 de abril de 2011

La cafetería del TALGO

Atardecer desde el tren. Óleo sobre lienzo. 61x50. 2002



Los viajes en tren Madrid-Granada tenían el inconveniente de la duración, más de seis horas, pero también tenían sus cosas buenas. Como el poder levantarse, estirar las piernas, tomar un café y fumar un ducados tras otro. Ya lo he contado antes. Mientras viajaba, corría por las ventanillas el paisaje y las  ruedas metálicas golpeaban rítmicamente sobre los raíles. Poco antes de llegar a Linares-Baeza me levantaba para hacer un descanso un tomar algo. En Linares-Baeza cambiaban la locomotora eléctrica por otra de gasoil, más apropiada a la montaraz vía de la parte final del trayecto.


El TALGO en Larva desde la 
alberca de lacra   
Según la época del año cambiaba la luz de la tarde. En cada viaje anochecía en un sitio distinto. Los días de invierno apenas pasado Aranjuez. Los días de verano cerca de Larva, entre los espartizales  y los pinares  extraviados en barrancos resecos, desnudos, salpicados de sal. Me atraía el tren y sin necesidad de ir yo dentro. Muchas tardes, en el cortijo de Lacra, con  calor y avispas, subía a la alberca vieja para verlo pasar a lo lejos, al otro lado del Guadiana Menor. La cámara digital de la que disponía por aquel entonces no tenía teleobjetivo y por eso una vez se me ocurrió sustituirlo por el siguiente método chapucero: coloqué los prismáticos de mi padre delante del objetivo aguantándolos con una mano mientras con la otra sujetaba la cámara y disparaba. Salió alguna foto de milagro, mala y borrosa y con unos inoportunos cables de tendido eléctrico por medio. Pero aunque mala tiene la luz y el color de esas tardes de verano perdiéndose el sol tras Sierra Mágina. Y además conseguí  que el TALGO se viera, o intuyera, como una raya brillante, fugaz estrella de la tarde de agosto. Una raya renqueante que se arrastraba por las cuestas  retorciéndose en las curvas de la vieja y bastante abandonada vía.



El campo, la cafetería y yo.
Fuera de los extremos de invierno y verano, lo normal era que el café  en la cafetería del tren entre Madrid y Granada coincidiera con el atardecer. De pie, me apoyaba en la barra auxiliar pegada a la ventana, fumaba, removía el café y miraba abstraído como el campo manchego, cerca ya de Sierra Morena, pasaba veloz y corría en dirección contraria. Moría el sol y las sombras se alargaban subrayando con un trazo largo los pocos árboles, olivos y encinas, del paisaje. Los montes se diluían en el horizonte. Si era otoño las hojas de las viñas formaban  un bosque infinito y bajo que se deshacía en rojos y dorados. Si era en primavera,  los trigos ya adultos pero aún  brillantes y húmedos, se alternaban con viñas recién brotadas,  salpicadas de verdes recién paridos.


Intenté algunas veces fotografiar estas cosas de las que hablo pero los reflejos del cristal impedían el empeño. Alguna foto de las que hice quedó graciosa,  como aquella de los prismáticos, pues al mismo tiempo que el reflejo la arruinaba me acreditaba como su autor en una especie de autorretrato involuntario.


De estas tardes de tren regresando a Granada, de su recuerdo  durante el resto de la semana, surgió la idea que traigo hoy. Como ya era normal en aquella época, la trabajé primero con Paint y luego la estudié y probé hasta conseguir la versión que finalmente  llevé al lienzo. Creo que no quedó mal.


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