Plaza de Váquez de Mella. Óleo. 65x50. 2002 |
Muchos sábados bajábamos en el autobús 27 hasta Cibeles. Dábamos un paseo haciendo hora para la cena y recalábamos en el bar XXX, en la calle Clavel, para tomar una o dos cervezas. Ese sitio me gustaba porque tenía mesas en los ventanales y se podía ver pasar a la gente, a los guiris con una guía en la mano buscando donde cenar paella, a los taxistas encabronados con los coches aparcados en doble fila que complicaban el tráfico, cosas así. Se podía disfrutar tranquilamente del transcurrir de la vida sin levantarse de la silla. Una afición a la que los antiguos sin televisión eran grandes aficionados, especialmente las tardes y noches de verano en los pueblos.
Desde allí, camino del restaurante, había que cruzar la Plaza de Vázquez de Mella como se llamaba entonces, hoy de Pedro Zerolo. No tenía ni tiene mucho de especial pues por más que la remocen y hagan hoteles caros, no pierde el aspecto de solar sin edificar, que es lo que fue, donde cada fachada es de su padre y de su madre, casas pensadas para calles estrechas en las que nunca se las va a ver juntas y de frente.
Pero lo bueno es que por una esquina se asomaba la Telefónica , edifico que siempre me atrajo y más en aquel año en el que descubrí las andanzas de Arturo Barea durante la Guerra, cuando ese primer rascacielos se llenó de reporteros como los que vemos ahora en los telediarios y convertido en observatorio, continuamente bombardeado por los rebeldes desde la Casa de Campo.
Por la noche el reflejo de la luz de la calle, el reloj iluminado en rojo y las balizas aéreas del remate, le dan un toque de torre de catedral tecnológica y laica siglo XX. Su vista desde esta plaza tiene la gracia de ser una perspectiva de costado, casi de espaldas, distinta a las habituales. Por eso y por otros muchos recuerdos, me gusta.
El pop del cuadro, le da una fuerza terrible. Hace que la evolución, cuente la historia... solita... aunque la acompañas muy bien con las palabras...
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